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viernes, 10 de diciembre de 2010

Vargas llosa (III)


3ª parte:

La buena literatura tiende puentes entre gentes distintas y, haciéndonos gozar, sufrir o sorprendernos, nos une por debajo de las lenguas, creencias, usos, costumbres y prejuicios que nos separan. Cuando la gran ballena blanca sepulta al capitán Ahab en el mar, se encoge el corazón de los lectores idénticamente en Tokio, Lima o Tombuctú. Cuando Emma Bovary se traga el arsénico, Anna Karenina se arroja al tren y Julián Sorel sube al patíbulo, y cuando, en El Sur, el urbano doctor Juan Dahlmann sale de aquella pulpería de la pampa a enfrentarse al cuchillo de un matón, o advertimos que todos los pobladores de Comala, el pueblo de Pedro Páramo, están muertos, el estremecimiento es semejante en el lector que adora a Buda, Confucio, Cristo, Alá o es un agnóstico, vista saco y corbata, chilaba, kimono o bombachas. La literatura crea una fraternidad dentro de la diversidad humana y eclipsa las fronteras que erigen entre hombres y mujeres la ignorancia, las ideologías, las religiones, los idiomas y la estupidez.
Como todas las épocas han tenido sus espantos, la nuestra es la de los fanáticos, la de los terroristas suicidas, antigua especie convencida de que matando se gana el paraíso, que la sangre de los inocentes lava las afrentas colectivas, corrige las injusticias e impone la verdad sobre las falsas creencias. Innumerables víctimas son inmoladas cada día en diversos lugares del mundo por quienes se sienten poseedores de verdades absolutas. Creíamos que, con el desplome de los imperios totalitarios, la convivencia, la paz, el pluralismo, los derechos humanos, se impondrían y el mundo dejaría atrás los holocaustos, genocidios, invasiones y guerras de exterminio. Nada de eso ha ocurrido. Nuevas formas de barbarie proliferan atizadas por el fanatismo y, con la multiplicación de armas de destrucción masiva, no se puede excluir que cualquier grupúsculo de enloquecidos redentores provoque un día un cataclismo nuclear. Hay que salirles al paso, enfrentarlos y derrotarlos. No son muchos, aunque el estruendo de sus crímenes retumbe por todo el planeta y nos abrumen de horror las pesadillas que provocan. No debemos dejarnos intimidar por quienes quisieran arrebatarnos la libertad que hemos ido conquistando en la larga hazaña de la civilización. Defendamos la democracia liberal, que, con todas sus limitaciones, sigue significando el pluralismo político, la convivencia, la tolerancia, los derechos humanos, el respeto a la crítica, la legalidad, las elecciones libres, la alternancia en el poder, todo aquello que nos ha ido sacando de la vida feral y acercándonos –aunque nunca llegaremos a alcanzarla– a la hermosa y perfecta vida que finge la literatura, aquella que sólo inventándola, escribiéndola y leyéndola podemos merecer. Enfrentándonos a los fanáticos homicidas defendemos nuestro derecho a soñar y a hacer nuestros sueños realidad.
© FUNDACIÓN NOBEL 2010

jueves, 9 de diciembre de 2010

VARGAS LLOSA ... (II)


CONTINÚA EL DISCURSO...
Si convocara en este discurso a todos los escritores a los que debo algo o mucho sus sombras nos sumirían en la oscuridad. Son innumerables. Además de revelarme los secretos del oficio de contar, me hicieron explorar los abismos de lo humano, admirar sus hazañas y horrorizarme con sus desvaríos. Fueron los amigos más serviciales, los animadores de mi vocación, en cuyos libros descubrí que, aun en las peores circunstancias, hay esperanzas y que vale la pena vivir, aunque fuera sólo porque sin la vida no podríamos leer ni fantasear historias.
Algunas veces me pregunté si en países como el mío, con escasos lectores y tantos pobres, analfabetos e injusticias, donde la cultura era privilegio de tan pocos, escribir no era un lujo solipsista. Pero estas dudas nunca asfixiaron mi vocación y seguí siempre escribiendo, incluso en aquellos períodos en que los trabajos alimenticios absorbían casi todo mi tiempo. Creo que hice lo justo, pues, si para que la literatura florezca en una sociedad fuera requisito alcanzar primero la alta cultura, la libertad, la prosperidad y la justicia, ella no hubiera existido nunca. Por el contrario, gracias a la literatura, a las conciencias que formó, a los deseos y anhelos que inspiró, al desencanto de lo real con que volvemos del viaje a una bella fantasía, la civilización es ahora menos cruel que cuando los contadores de cuentos comenzaron a humanizar la vida con sus fábulas. Seríamos peores de lo que somos sin los buenos libros que leímos, más conformistas, menos inquietos e insumisos y el espíritu crítico, motor del progreso, ni siquiera existiría. Igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida. Quien busca en la ficción lo que no tiene, dice, sin necesidad de decirlo, ni siquiera saberlo, que la vida tal como es no nos basta para colmar nuestra sed de absoluto, fundamento de la condición humana, y que debería ser mejor. Inventamos las ficciones para poder vivir de alguna manera las muchas vidas que quisiéramos tener cuando apenas disponemos de una sola.
Sin las ficciones seríamos menos conscientes de la importancia de la libertad para que la vida sea vivible y del infierno en que se convierte cuando es conculcada por un tirano, una ideología o una religión. Quienes dudan de que la literatura, además de sumirnos en el sueño de la belleza y la felicidad, nos alerta contra toda forma de opresión, pregúntense por qué todos los regímenes empeñados en controlar la conducta de los ciudadanos de la cuna a la tumba, la temen tanto que establecen sistemas de censura para reprimirla y vigilan con tanta suspicacia a los escritores independientes. Lo hacen porque saben el riesgo que corren dejando que la imaginación discurra por los libros, lo sediciosas que se vuelven las ficciones cuando el lector coteja la libertad que las hace posibles y que en ellas se ejerce, con el oscurantismo y el miedo que lo acechan en el mundo real. Lo quieran o no, lo sepan o no, los fabuladores, al inventar historias, propagan la insatisfacción, mostrando que el mundo está mal hecho, que la vida de la fantasía es más rica que la de la rutina cotidiana. Esa comprobación, si echa raíces en la
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sensibilidad y la conciencia, vuelve a los ciudadanos más difíciles de manipular, de aceptar las mentiras de quienes quisieran hacerles creer que, entre barrotes, inquisidores y carceleros viven más seguros y mejor.
(CONTINUARÁ)

miércoles, 8 de diciembre de 2010

MARIO VARGAS LLOSA


CRÓNICA: La semana sueca del premio Nobel
El Nobel que lloró y que hizo llorar
El discurso de Vargas Llosa quebró su voz y provocó las lágrimas en sus allegados - El escritor evocó las palabras de su esposa: "Para lo único que sirves es para escribir"
JUAN CRUZ (ENVIADO ESPECIAL) - Estocolmo - 08/12/2010
Lee el discurso íntegro de Mario Vargas Llosa: en versión web o versión Pdf | VÍDEO: Las lágrimas del Nobel | ESKUP: Así te hemos contado la comparecencia | ESPECIAL: Mario Vargas Llosa gana el Nobel de Literatura
Mario Vargas Llosa convirtió una carta de batalla sobre su vida en un discurso emocionante que les llevó a las lágrimas a él; a su mujer, Patricia; a sus hijos; a los amigos que le acompañan en Estocolmo y a su agente, Carmen Balcells, que lleva sus asuntos desde hace medio siglo.
El Nobel fue el primero que lloró, y ya, en el folio décimo de su discurso, el auditorio le siguió; lo que hasta entonces era el recuento combativo de toda una vida se tiñó de una emoción de cuya intensidad él mismo se sorprendió. "¡Y yo que nunca lloro!", nos dijo, al bajar del atril.
La emoción del Nobel prorrumpió cuando dijo estas palabras en el tramo final de su discurso: "El Perú es Patricia, la prima de nariz respingada y carácter indomable...". A partir de "indomable", Vargas no se pudo contener, así que fue leyendo a trompicones, entre lágrimas e hipidos, hasta que alcanzó la cuesta final de este párrafo que convierte su discurso en algo especial, no tan frecuente en ocasiones así. "Ella hace todo y todo lo hace bien", dijo, a duras penas, "administra la economía, pone orden en el caos, mantiene a raya a los periodistas y a los intrusos, defiende mi tiempo, decide las citas y los viajes, hace y deshace las maletas, y es tan generosa que, hasta cuando cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios: 'Mario, para lo único que tú sirves es para escribir".
Ese párrafo que ahora será tan famoso como algunos de sus mejores escritos despertó en Patricia, y en toda su familia, y en los que estaban alrededor, una emoción extraordinaria, pero en ella, además, acabó una extrañeza: "¿Por qué Mario no me deja leer su discurso?", había preguntado. Lo había leído Álvaro, el hijo mayor, y hubo una versión que leyó Gonzalo, el hijo siguiente, y no se sabe si Morgana, la menor, lo leyó también. Pero a Patricia, su marido le prohibió leerlo, "y eso produjo una cierta reyerta familiar en la casa". "Ahora ya mi madre sabe por qué mi padre no quiso que lo leyera", dijo Álvaro. Para éste, "este es el espejo de su alma, la esencia de Mario Vargas Llosa, el reflejo de su pensamiento ético y sentimental". Se le ha visto mucho en público, toda su vida, pero, como dice el hijo, "aquí se entregó, y es bonito que lo haya hecho al borde de los 75 años".
La madre estaba "conmovida hasta los huesos"; ahora ya sabe por qué para ella también era un discurso secreto hasta que lo empezó a pronunciar. Antes de que empezara a leer, Carmen Balcells, que se emociona cuando le tocan de cerca, nos había dicho: "Si no lloro, me echa", porque era evidente que la nombraría. Pero esta vez la agente, sentada en primera fila, en su silla de ruedas, temblando como una Magdalena, rodeada de los parientes de Mario, lloró sobre todo cuando ese párrafo empezó a hacer llorar a su propio autor. Luego nos dijo: "Es la mejor manera de acabar mi vida de agente". Ella es así también cuando exagera, dijo alguien, mientras Carmen Balcells seguía bañada en lágrimas.
Un compañero de pupitre (carpeta, dicen en Perú) de la adolescencia de Mario Vargas Llosa en Lima, el escritor José-Miguel Oviedo, nos dijo: "Es el discurso. Le he escuchado hablar de política, de literatura, de la vida, y jamás le había escuchado una pieza tan perfecta. Y tan emocionante. Yo también he llorado, cómo no".
Lloró todo el mundo. Su traductor al sueco también. Nos dijo Peter Landelius: "Emocionante y cristalino, profundamente humano y político en el mejor sentido de la palabra. Cuando lo traduje no esperaba que él mismo llorara, pero lo comprendo perfectamente". El secretario perpetuo de la Academia Sueca, Peter Englund, nos confirmaba la noticia del día: Vargas Llosa era el primer Nobel que lloraba en Estocolmo. El discurso cubrió la política, los nacionalismos (en contra), su evolución del marxismo a la democracia liberal, su desencanto con la revolución en Cuba, su intento de llegar a la presidencia de Perú, su niñez, el descubrimiento de la lectura ("la cosa más importante que me ha pasado en la vida"), el descubrimiento del padre... Hasta entonces fue una combinación de libros y vida; cuando asomó su entraña (su "buena entraña") como dice él se le inundaron los ojos de lágrimas y la gente se dispuso a recordar otro discurso. El del amor de Mario Vargas Llosa por la gente que le ha permitido ser el escritor que ha ganado el Nobel.